El 5 de este mes, China le comunicó a Estados Unidos (y al Órgano de Solución de Diferencias de la Organización Mundial del Comercio, OMC), su intención de solicitar la apertura de una instancia de consultas bilaterales.
Este hecho, merece mucha más atención de la dispensada hasta el momento por los analistas.
La cuestión es muy conocida: se trata de gravámenes arancelarios adicionales impuestos por Estados Unidos a productos del acero y del aluminio, de manera explícitamente discriminatoria (con respecto al origen de dichas mercaderías), sustentado en facultades asignadas al Presidente por una “Ley de Expansión del Comercio Exterior” de 1962, invocando la necesidad de proteger la “seguridad nacional”.

Donald Trump
Al fundamentar su reclamo, China menciona la posible vulneración de disposiciones del GATT, pero también del Acuerdo sobre Salvaguardias, que tiene el mismo rango de obligatoriedad para los Estados miembro. Al citar este último, China señala casi al pasar que lo invoca “porque, con respecto a las medidas en litigio que constituyen en esencia medidas de salvaguardia” los Estados Unidos no habrían dado las explicaciones previstas ni cumplido los requisitos apropiados.
La pelota, en campo contrario
La referencia china dista de ser ingenua: patea la pelota al campo contrario y provoca así una réplica que, si estuviera mal dirigida por Estados Unidos, podría ponerlo “fuera de juego”.
China lanza el balón al campo estadounidense porque da por sentado que el motivo de la medida de protección adoptada en su perjuicio no le es imputable, sino que obedece a problemas propios del Estado que la aplica.
Precisamente, en la OMC las salvaguardias comerciales se distinguen de las medidas contra la deslealtad comercial (derechos antidumping o compensatorios, según el caso) porque constituyen auto-inculpaciones, esto es, dificultades coyunturales de competitividad propias del Estado importador que, para recomponerse, debe realizar un ajuste que la comunidad económica internacional acepta pero bajo determinados requisitos.
Estados Unidos no había expuesto intención alguna de cumplir con esos requisitos -empezando por la celebración de consultas con otros miembros que tuvieran un interés sustancial en tanto exportadores de los productos gravados- ni recaudos para el otorgamiento de compensaciones y consecuente remoción progresiva de los gravámenes.
Por el contrario, aplicó una ley interna destinada a proteger la “seguridad nacional” que no tiene soporte multilateral, salvo una referencia a los “intereses esenciales de seguridad” que podrían justificar la adopción de medidas comerciales de excepción para asegurar el abastecimiento de las fuerzas armadas (artículo 21 b-ii del GATT) y que obviamente no ha dado lugar a presentaciones estadounidenses en tal sentido.
China a EE.UU.: “Hazte cargo”

Xi Jinping
De modo que China esgrime el Acuerdo sobre Salvaguardias para señalar que Estados Unidos debe hacerse cargo de sus propios desequilibrios. Y, de ese modo, da a entender que China podría avenirse si se cumplen los requisitos preestablecidos por los ordenamientos multilaterales y respecto de los cuales no cabe el argumento de la “seguridad nacional”.
Por añadidura, en el citado Acuerdo sobre Salvaguardias quedó plasmada una especie de “cláusula de honor” que simbolizó la firme intención de sepultar, mediante la creación de la OMC en 1995, una etapa signada por guerras comerciales solapadas: “…Ningún Miembro tratará de adoptar, adoptará, ni mantendrá limitaciones voluntarias de las exportaciones, acuerdos de comercialización ordenada u otras medidas similares respecto de las exportaciones o las importaciones…” (Acuerdo sobre Salvaguardias, artículo 11.1. b).
Devolución
Estados Unidos puede responderle a China de distinta manera.
La primera respuesta sería la menos probable: aceptar el convite, dar marcha atrás y aplicar el Acuerdo sobre Salvaguardias.
La segunda: ignorar al contendiente y hacer así naufragar la instancia de las consultas bilaterales.
En tal sentido, convendría recordar que en la reciente Conferencia Ministerial de Buenos Aires (2017), el jefe de la delegación norteamericana llamó a incrementar la actividad negociadora (en desmedro de la instancia contenciosa) para la solución de los conflictos fuera de los procedimientos arbitrales.
Si, con su inacción, forzara ahora a China a solicitar la constitución de un grupo especial, habría dado un paso más en dirección contraria a la credibilidad diplomática.
La tercera vía
Hay una tercera respuesta (dentro o fuera de la instancia de consultas) que podría ser propositiva: invitar a debatir sobre la necesidad de darle multilateralmente un status normativo a la “seguridad nacional”.
Estados Unidos se colocaría deliberadamente fuera de juego, pero también estaría contribuyendo a instalar el principio de realidad: el multilateralismo de la OMC ya está ostensiblemente desbordado.
Es evidente que al acelerarse la sustitución de tecnologías asociadas a una vertiginosa reproducción del capital, la expansión y diversificación de la oferta de bienes y servicios hace más acuciante la amortización de las tecnologías preexistentes (que como tales son reputadas como contaminantes, inseguras y agresivas).

La sede de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en Ginebra, Suiza
Pero si no fue posible la consagración de “bienes públicos globales” en aras de la supervivencia de la especie humana frente a sus propios estragos, menos aún lo será en presencia de las guerras comerciales.
Recrudece la lucha por el acaparamiento y la depredación de los mercados y los desplazamientos tecnológicos segregan a las mismas poblaciones sin cuya contribución el sistema económico internacional ya no puede prosperar.
Es entonces que reaparecen en la escena los Estados nacionales para garantizar la supervivencia de sus residentes. Y tan lejos se ha llegado que desde la misma matriz de la economía global, Estados Unidos exhibe impúdicamente su deuda social interna.
Flaco favor se hará a la dilucidación de los problemas mundiales si la política norteamericana sigue siendo examinada livianamente como expresión delirante de un líder lunático.