Hay diferencias según la empresa que haga el estudio o el país en el que se realice la investigación pero, en promedio, se estima que miramos nuestro teléfono celular entre 80 y 150 veces por día. Así, una persona que se levante a las 7 y se duerma a las 23, a lo largo de la jornada habrá mirado su celular algo más de 9 veces por hora. ¿Sufrimos de intoxicación tecnológica?

Es entendible. El teléfono es hoy mucho más que un teléfono: es una oficina ambulante (se pueden controlar los correos, enviar y recibir documentos); una cámara fotográfica (en muchos casos con mejor definición que la tradicional que tenemos en casa); un reloj (no sólo muchos eliminaron el reloj pulsera sino que reemplazó al tradicional reloj despertador); un GPS (es el mapa virtual que nos lleva donde sea); una agenda (para los contactos telefónicos y las actividades en general); radio y televisión (mediante el uso de aplicaciones se pueden escuchar programas o ver canales, seguir series o películas); una linterna; una calculadora; y ni qué hablar del mundo al que se accede mediante internet (una biblioteca completa, la recopilación de todos los álbumes de fotos familiares o el acceso a las redes sociales). Todo concentrado en un aparato del tamaño de la palma de la mano.

Sin embargo, nada es gratuito.

Los celulares ocupan hoy un lugar central en la vida de miles de millones de personas en el mundo (adultos y niños, cada vez más chicos los utilizan). ¿Son una herramienta de trabajo, de distracción o un elemento adictivo con efectos negativos sobre nuestro cuerpo y nuestra vida social? ¿O tal vez un poco de todo eso?

Esas dudas fueron las que en 2.004, cuando el fenómeno de los teléfonos inteligentes apenas empezaba a asomar, llevaron a la profesora Gloria Mark, del Departamento de Informática de la Universidad de California, a trabajar sobre el tema.

Los teléfonos inteligentes tienen un lugar central en la vida de miles de millones de personas y su uso comienza cada vez a edades más tempranas. ¿Son una herramienta de trabajo, de distracción o un elemento adictivo con efectos negativos sobre nuestro cuerpo y nuestra vida social? Según la profesora Gloria Mark, de la Universidad de California, revisar en forma compulsiva el correo electrónico y las redes sociales produce el mismo efecto que una máquina tragamonedas.

Entonces, Mark comparó el comportamiento de revisar en forma compulsiva el correo electrónico y las redes sociales con una máquina tragamonedas. Dijo que las personas revisan su teléfono celular una y otra vez en busca de una gratificación y por más que no obtengan el resultado que buscan, lo siguen intentando. Según la experta, ese comportamiento genera descargas de dopamina que tienen el mismo efecto que el encendido de un cigarrillo para un fumador.

En una reciente edición, la revista norteamericana Fast Company publicó un artículo en el que cuenta una interesante experiencia relacionada con la cuestión.

En 2013, Kate Fastworth (27 años), fundó Kovert Designs, una empresa con alrededor de 20 empleados (entre ellos neurocientíficos, psicólogos y filósofos) que hacen experimentos sociales para aprender exactamente cómo la tecnología está cambiando el cuerpo y el comportamiento de las personas.

Joyas que ponen freno

A partir de esos datos, Kovert diseña productos que permiten a las personas establecer límites con la tecnología (Fastworth dice que la misión más amplia de su empresa es ayudar a las personas a desconectarse de la tecnología para vivir una vida más feliz). Se trata de una línea de “joyas conectadas” que habilitan al usuario a guardar o mantener lejos el teléfono inteligente pero a recibir mediante un aviso en la joya (un anillo, pulsera o collar) señales de los números que previamente autorizó si es que hay algo importante que requiere de su atención inmediata.

Kovert Design fabrica “joyas conectadas” que habilitan a quien las usa a guardar o mantener lejos su teléfono inteligente pero a recibir mediante un aviso en la joya (un anillo, pulsera o collar) señales de los números que previamente autorizó.

La empresaria dice estar preocupada por el futuro de sus hijos porque, según explica, más allá de algunas anécdotas, todavía es muy poco lo que la ciencia ha podido demostrar respecto del efecto de los dispositivos electrónicos sobre el comportamiento humano.

Los resultados de los pocos estudios que se han hecho son preocupantes. Las redes sociales parecen promover el narcisismo; los teléfonos inteligentes podrían estar causando insomnio y las pantallas parecen estar haciendo que nuestros hijos sean menos empáticos, señala en el reportaje.

En el último experimento que llevó adelante, la compañía invitó, hace algunos meses, a un grupo de 35 empresarios y personas influyentes a un viaje a Marruecos para estudiar su comportamiento en contacto con la tecnología y sin acceso a ella. En el contingente iban también cinco neurocientíficos encubiertos encargados de observar todo.

El primer día del viaje, el grupo pasó tiempo conociéndose en un hotel de lujo donde tenían acceso irrestricto a sus teléfonos celulares, pero durante los siguientes cuatro días, la consigna fue clara: todos marcharon al desierto y como parte del operativo de desintoxicación digital tuvieron que dejar sus dispositivos en el hotel.

Los neurocientíficos relevaron el comportamiento de las personas “conectadas y desconectadas”. Observaron sus expresiones faciales, los movimientos físicos y la forma en que se relacionaban entre sí, y llegaron a las siguientes conclusiones según publicó Fast Company:

  • Mejor postura, amistades más profundas. Después de tres días sin tecnología, la postura de las personas cambió notablemente. Comenzaron a mirar a sus pares a los ojos en lugar de mirar hacia abajo, a sus pantallas. Eso abrió la parte frontal de sus cuerpos, empujando hacia atrás sus hombros y realineando la parte posterior de sus cabezas con la columna vertebral. Ese contacto visual también pareció alentar a las personas a conectarse más profundamente entre sí. Pudieron relajarse en las conversaciones y parecían más empáticos el uno hacia el otro.
  • Google, asesino de charlas. El contenido de las conversaciones cambió cuando las personas carecían de tecnología. En un mundo conectado, cuando surge una pregunta trivial general, las personas buscan inmediatamente la respuesta en Google y casi de modo automático se pone fin al tema. Sin Google, la gente sigue hablando mientras busca una respuesta, lo que a menudo resulta en narraciones creativas o divertidas, juegos de adivinanzas que conducen a chistes nuevos. “Estas son las conversaciones que realmente forman lazos entre las personas”, dijo Fastworth.
  • Memoria mejorada. Incluso después de unos días sin tecnología, era más probable que las personas recordaran detalles confusos acerca del otro, como los nombres de parientes distantes mencionados al pasar. Los neurocientíficos creen que esto se debe a que la gente estuvo más presente en la conversación, por lo que sus cerebros pudieron procesar y almacenar nueva información más fácilmente. Con las muchas distracciones de la tecnología, nuestros cerebros han sido entrenados para no registrar detalles aparentemente insignificantes. Estos hechos menores son realmente muy importantes en el proceso de vinculación y aprendizaje sobre otras personas.
  • Sueño más eficiente. Los invitados al viaje dijeron que aunque no durmieron más tiempo de lo que lo hacían habitualmente, se sentían más descansados y rejuvenecidos. Los neurocientíficos creen que eso se debe a que la luz azul de las pantallas de los celulares suprime la melatonina en el cuerpo, y que ello nos mantiene alertas cuando nos vamos a dormir. Los estudios muestran que la mayoría de las personas revisa su teléfono antes de irse a dormir.
  • Nuevas perspectivas. Uno de los hallazgos más importantes fue que las personas tendían a analizar la posibilidad de hacer cambios significativos en sus vidas cuando estaban “desconectados”. Algunos decidieron hacer grandes cambios en su carrera o relaciones, mientras que otros optaron por volver a comprometerse con el cuidado de su salud o mejorar su estado físico. La falta de distracción constante pareció liberar su mente para que contemplaran cuestiones más importantes y tal vez les hizo creer que tenían la fuerza de voluntad para sostener esa transformación, arriesgaron los especialistas.

La trilogía de Bialik

La actriz norteamericana Mayim Bialik, conocida por la serie Blossom, de principios de los ‘90, y por su papel en la serie The Big Ban Theory (es además escritora y estudió neurociencias), abordó el tema en su canal de YouTube: ¿Qué le pasa a nuestro cerebro con los celulares? Lo responde en pocos minutos, y de modo resumido, en tres puntos:

  • Conveniencia más distracción es igual a adicción al celular. El simple hecho de que nuestros celulares existan significa que la distracción está a un paso. “Nos distrae de nuestras tareas cotidianas de maneras que ni siquiera podemos comprender. Por ejemplo, un estudio científico demostró que la gente se equivocaba más en sus tareas cuanto más cerca tenía sus teléfonos. Aunque no lo hicieran de modo consciente estaban distraídos por su culpa”, relata.

Luego cuenta que en otro estudio se analizaba a un grupo de personas que si bien recibían mensajes en sus celulares no podían verlos. Muchos de ellos registraron aumento en su presión sanguínea y diferentes reacciones psicológicas que indicaban un alto grado de ansiedad.

  • “Los celulares no son personas. ¿Estamos seguros de eso? Hay veces que parecieran que lo son, pero no, no lo son”, bromea. Y entonces confiesa que se dio cuenta de que “hay mucho tiempo que parece que estuviera en otro lado”, como si su mente estuviera desconectada, aun cuando está compartiendo momentos con gente que quiere mucho.

“La razón es que estoy tentada –aunque sea de modo inconsciente- a mirar mensajes, fotos y redes sociales de gente que ni siquiera está conmigo en ese momento. Empecé a ver cómo muchas de mis relaciones empezaron a deteriorarse a raíz de mi obsesión de mirar o buscar gente, lugares, fotos, etc en mi teléfono que ni siquiera puedo controlar. Fueron mis propios hijos los que me dijeron cómo había incrementado el uso del teléfono. Empecé a usarlo hasta durante la cena y ellos eran los que me decían que lo apagara. La idea de que “fuerzas externas” pueden impactar de modo negativo en mis relaciones me estaba enloqueciendo. La conclusión es: La gente en tu vida, ‘real y en persona’, tiene que ser más importante que la gente en tu teléfono”.

  • El “efecto Google”. Bialik es categórica al decir que incluso cuando poseer un teléfono te hace sentir que tenés toda la información del mundo accesible a un toque, en cualquier momento, los sociólogos descubrieron que pensar que la información está siempre disponible hace que estés menos dispuesto a recordar las cosas. Eso es lo que se llama el “efecto Google” y la premisa básica es: Cuanto más seguro estás que podés googlear cualquier información, menos esfuerzo hará tu cerebro para codificarla internamente como parte de tu conocimiento.

“Si buscás en qué año fue la Guerra Civil española sabiendo que se puede googlear, eso lleva un proceso cerebral absolutamente diferente al de saber que necesitás buscar esa información y retenerla porque no sabés si estará disponible o será ‘googleable’ más tarde. Vivimos con una generación de personas que cree saber más que cualquier generación anterior cuando en realidad sabe menos. Un claro ejemplo de esto es cuando me encuentro gente que creció en la era de los celulares y veo que no pueden ir a ningún lado si el teléfono no les dice cómo llegar. Los que crecimos usando mapas y necesitando recordar dónde íbamos sin un teléfono, tenemos un hipocampo que tenía que trabajar más duro para recordar esa información. La gente que nació con el celular diciéndole dónde y cómo ir, no tiene la capacidad de codificar esa información en la región del cerebro responsable de mapear el mundo. ¿Mensaje? Es necesario aprender cosas y retenerlas. ¡No sos un robot!”.

Bialik asegura que no intenta sonar como una “anti celular” pero que está convencida de que llegó el momento de analizar seriamente la forma en que ese pequeño aparatito está cambiando nuestra vida y si es necesario, hacer algunos cambios.

Hace un “mea culpa” y cuenta que desde que cambió algunas cosas (como no usar el teléfono durante la cena) sus hijos se dieron cuenta y lo valoran. “Quiero estar presente con la gente que está ahí conmigo y compartir tiempo con ellos. No soy perfecta y sé que será una gran lucha intentar mantener un comportamiento sano en un mundo de locura telefónica. Amo mi celular por los lugares a los que puede llevarme, tanto literal como figurativamente, pero no quiero perder de vista de dónde vengo y dónde quiero ir”. ¿Y vos?

Fuente: El Día de Gualeguaychú