El jueves pasado, alrededor de las 18.30, la tormenta de Santa Rosa azotaba la Ciudad de Buenos Aires. En el Instituto Nacional Yrigoyeneano, el periodista Enrique Vázquez presentaba su libro “Aduana: corrupción y contrabando”. Al mismo tiempo, en la sede del Centro Despachantes de Aduana (CDA), los abogados asesores del organismo e integrantes de la comisión directiva firmaban la carta documento que le harían llegar al autor por cómo los califican en el texto.
Mientras en la presentación del libro, algunos despachantes entregaban a los asistentes la solicitada que la institución publicó en descargo por los dichos del autor, en el CDA continuaban evaluando hasta dónde llegar con los reclamos, que provocó mucho malestar entre los despachantes por las inexactitudes vertidas en el texto.
Hay curiosidades que descolocan en el texto de Vázquez, desde la página 1, donde narra su encuentro con el delegado aduanero que le confesaría no conocer aduaneros honestos. “Nadie se acercó para preguntarme si quería tomar algo”, dice al describir el lugar: un local de comidas rápidas, conocido no sólo por sus hamburguesas, sino por ser un autoservicio.
Un desliz desorientado sin mayor trascendencia, si el lector no estuviera ante a una investigación periodística donde descuenta que el rigor regirá hasta en los detalles.
Eufemismo
Si la composición de lugar arrancó con un error de observación universal, a esta altura, resulta más que comprensible la furia despertada entre los despachantes ante el segundo traspié en la redacción, sólo dos páginas más adelante, cuando Vázquez relata cómo se integran los ingresos de los aduaneros, más allá del sueldo básico: “(…) Un sueldo extra lo aporta la Cámara de Despachantes de Aduana (sic) y el tercero, las compañías navieras. Estos dos últimos son comisiones institucionalizadas bajo el eufemismo de «servicios extraordinarios»; tanto la Cámara (sic) como las navieras giran el dinero todos los meses al organismo y la administración deposita la suma en las cuentas de sus empleados junto con el salario normal”.
El párrafo no es un “textual” de su fuente, sino una síntesis de lo que Vázquez interpretó en su diálogo con el aduanero. Pudo haber escuchado o anotado mal (dos veces) el término “Cámara” y no “Centro” en alusión a la institución que agrupa a los despachantes, porque cuesta creer que un delegado gremial “con más de 20 años” como aduanero no sepa cómo se llama la entidad que agrupa a los profesionales que la propia Aduana define como sus auxiliares en la tarea de clasificar y valorar las mercaderías que entran y salen del país.
Las alertas sonaron entre los despachantes cuando vieron el adelanto de este primer capítulo publicado en Infobae. No porque la falta de rigor semántico anticipaba cierta liviandad (en una investigación cuyo prólogo reconoce que le llevó “dos años” elaborar), sino porque asevera que los despachantes, desde el CDA, le “pagan” un sueldo adicional a los aduaneros, todos, que luego tilda de “comisión institucionalizada” y que, por si fuera poco, las universaliza como “servicios extraordinarios” a los que, en otra generalización, califica de “eufemismo”.
La complejidad del comercio exterior no es ni mayor ni menor que la de una práctica médica o una especialización en ingeniería. Simplemente es. Pero lo que refleja las páginas de la investigación, centrada en las prácticas aduaneras menos santas, es una sintomatología extendida y actual. No conocer la temática, o abordarla por primera vez, no es excusa para el chequeo más básico e inmediato, como el nombre de una institución. Impericia que, por lo visto, pasó por alto hasta la propia editorial, una de las más importantes del país.
Para los que operan en comercio exterior en general, y los despachantes en particular, el recorrido por las páginas de Vázquez terminaría por confirmar no sólo la falta del rigor procedimental del autor, sino la preeminencia de prejuicios reduccionistas, funcionalmente conspirativos, a tono con la postura de una parte de la Administración que ve a los despachantes como una parte de la cadena asociada a la complejidad operacional que puede soslayarse exportando de manera simplificada. O más grave aún, que son un costo que puede evitarse.
Nunca
“Nunca se contactó con nosotros”, señaló Enrique Loizzo, presidente del CDA, ante una consulta de Trade News.
“Dice que somos parásitos, que fraguamos documentos, que hacemos los conocimientos de embarque. Habla con una liviandad mayúscula y con una intencionalidad aviesa de manchar la figura del despachante de aduana. No tiene idea de lo que dice. Le vamos a enviar una carta documento solicitando que rectifique los dichos injuriosos y falaces y nuestros abogados están analizando acciones legales. No podemos permitir que alguien, por querer vender más libros, diga que los despachantes somos parásitos”, agregó Loizzo.
De hecho, es así como Vázquez califica a los despachantes de aduana: “Un personaje parasitario que encarece inútilmente las exportaciones y las importaciones además de facilitar la corrupción de los agentes aduaneros, pero al menos tiene la obligación de operar con paciencia el SIM, irritantemente lento”. La monocausalidad unilateral entronizada.
Más tarde, dirá que “el despachante vuelca los datos identificatorios del contenedor —son 4 letras y 6 cifras—, los datos del buque, fecha y puerto de embarque, y con todos esos datos emite el Bill of Lading (sic). Es tan fácil conseguir un despachante de aduana dispuesto a adulterar esos documentos a cambio de un estímulo monetario, que en este momento andan por ahí unos 10.000 millones de dólares en contenedores perdidos”.
Lejos de desacreditar el móvil del libro que reedita casos recientes como “la mafia de los contenedores”, donde efectivamente quedó en evidencia cómo actuaban actores de la cadena del comercio exterior para contrabandear, a los despachantes les resulta desaprensivo el modo en que Vázquez generaliza la figura del despachante para reforzar un argumento, nuevamente, como un reduccionismo promocional.
“Dice que pagamos los servicios extraordinarios. Y cualquiera que opera en comercio exterior sabe que el despachante solicita un servicio a la Aduana fuera de horario hábil para terminar los trámites y operaciones aduaneras. La Aduana habilita personal, sea de guarda, custodia o verificación, a pedido del despachante o de la terminal portuaria, y luego cobra una tarifa que la propia Aduana estipula”, explicó Loizzo.
“Pero no pagamos nada. El Centro no paga nada. El despachante solicita el servicio extraordinario generalmente en nombre de un importador que le delega la función informáticamente a través del sistema registral”, agregó, tras señalar: “Si hubiera venido, porque lo invitamos, no hubiera dicho que el CDA paga servicios extraordinarios porque no hay manera de que lo haga: lo hace el despachante en forma oficial y por Internet, no el Centro”.
“Todo trucho”
Hay un implícito sentido de la oportunidad en un contexto de cruzada judicial contra la corrupción, que torna atractiva toda investigación que toque el tema.
En una entrevista radial con el periodista Jorge Fernández Díaz, en Radio Mitre, Vázquez explicó nuevamente que los aduaneros reciben un “sobresueldo del Centro Despachantes de Aduana (en la radio, al menos, corrigió el nombre del organismo) que gratifican, entre comillas, a los aduaneros para que hagan rápido los trámites, y otro sobresueldo lo aporta la cámara de compañías navieras (tampoco es cámara, sino Centro de Navegación, aunque hasta el momento no hubo de esta entidad manifestación alguna sobre los dichos de Vázquez) para que cuando llegue un barco al puerto de Buenos Aires o Ushuaia o cualquier puerto argentino haya personal de la Aduana para hacer rápido los trámites y salir rápido del puerto y no pagar las fortunas que paga un barco surto en el puerto”.
“Todo trucho, la Argentina trucha”, suscribía Fernández Díaz. “La Aduana es la mafia”, concluía Vázquez.
No es que las operaciones de comercio exterior sean dominio exclusivo de sus actores –lo que sería una presuntuosa arrogación– sino que bucear en una disciplina ajena con generalizaciones concluyentes, sin medir impactos, es temerario. E indolente.