MSC decidió levantar su escala en el Puerto Mar del Plata. Pero esta no es la noticia.
La naviera decidió cambiar el buque que recala en la terminal por uno que no tiene grúas propias. Tampoco es noticia el hecho de que Terminal de Contenedores Dos (TC2) –el operador logístico de buques portacontenedores del puerto– no tenga grúas en tierra para atender al nuevo buque de MSC.
La verdad es que Mar del Plata no es un puerto para el tráfico de contenedores. Podría serlo. Pero está muy lejos de empezar a pensar en la posibilidad, por más indicios que sobren de que es posible.
Es decir, que TC2 haya logrado recaladas regulares y una productividad envidiable en la operación del buque, que haya hecho gestiones comerciales para conseguir carga que se iba por tierra y la haya estibado en un barco rumbo a Brasil, y que haya incluso presentado una iniciativa privada para hacer una terminal multipropósito en el puerto no es causa suficiente para que Mar del Plata pueda llamarse “terminal de contenedores”.
Mar del Plata es un puerto viejo y semiabandonado de asiento (estacionamiento) de buques pesqueros.
Sus dársenas son un paisaje surrealista compuesto de lanchas amarillas en la banquina de pescadores, buques fresqueros arrastreros y buques congeladores. Buques que operan. Buques inactivos. Buques abandonados y buques hundidos.
En el medio de esa desaprensión administrativa de los sucesivos funcionarios, sólo el esfuerzo privado de operadores logísticos, navieras y cargadores hizo posible que desde hace 3 años al menos creciera el volumen de los tachos. Pero no es suficiente sin plan, ni apoyo. Y es imposible si todo está en contra.
Juntos y revueltos, la flota de poteros y tangoneros son extensiones flotantes del muelle hasta la 11° andana. Con pinceladas lastimosas, las dársenas engullen el hundimiento de pesqueros con más de 3000 días sin marea a bordo.
Cambalache portuario
Caminar los muelles es sortear las heces de lobos marinos que eternizan la postal marplatense, pero ahora en redes sociales (un orgullo para el turista, una vergüenza para el portuario); y caminar los muelles operativos es reconocer que el caos y la desidia siempre encuentran nuevas dimensiones: redes abandonadas en pilas de dos metros, tanques de aceite oxidados, contenedores de basura apilados a la espera de su recolección, lagunas generadas por baches que rellenan los voluntariosos con canto rodado para que los camiones y maquinarias no se rompan demasiado, depósitos improvisados (como desarmaderos) de autos y semiacoplados, perros hambrientos, asados a bordo de buques y, por qué no, soldaduras y reparaciones navales a flote.
El Guernica marplatense tiene más rincones ilustrativos. Los contenedores vacíos esperan su turno de carga al lado de una casilla abandonada; los piletones de “sedimentos contaminados” bordeando el camino hacia los muelles de las galerías, en permanente riesgo de derrumbe; caños y tubos de plástico, cajones de pescado y bolsas desordenadamente dispuestos a lo largo del puerto; buques con marcas de “varicela” por la cantidad de golpes que reciben cada vez de deben tocar muelle y salir, en el estacionamiento del colapso que representa cada una de las secciones del puerto.
El puerto batalla por su color más representativo: si el rojo de los buques de altura, el “naranja” de la flota amarilla, o el ocre del óxido que flota o se estiba por igual en todo el puerto.
Trazos de esperanza
Eso sí, como en todo cuadro, hay detalles que engañan a la vista: ante la desazón general, hay trazos que esperanzan de normalidad, que ilusionan con cosas que funcionan bien.
La Aduana trabaja a full el escáner móvil, pero controla por igual contenedores consolidados en las plantas de la ciudad por embarcarse en el buque de Maersk (y, hasta fines de julio, en el de MSC) y camiones con patente brasileña, que ingresan con su carga para luego volver a su país, a la par de otros camiones con matrícula argentina, con contenedores cargados de exportación, con los que compartirán por lo menos 400 kilómetros de ruta hasta Buenos Aires.
O los carteles de advertencia, de normas “PBIP” –calificación que el puerto perdió, de manos de Prefectura, y que recuperó tras algunos arreglos menores y muchas gestiones políticas– en postes bajo la decrépita galería de silos, en medio de alguna de las calles portuarias, bajo alguna de las cámara “domo” que todo lo miran desaprensivamente y cerca de bocinas que suenan por rutina cuando se pasa por algún sensor infrarrojo. Intentos. Manos que tapan un sol.
Nada del puerto de Mar del Plata puede hacer pensar que allí funciona una terminal portuaria. Salvo, por la excepción de un portacontenedor que entra asistido por remolques y la calesita de camiones que remueven, cargan, descargan tras la planificación de la estiba a bordo.
Mar del Plata vuelve a perder un servicio. No es noticia. Ya es la normalidad en un cuadro de negligencia política y de administraciones fallidas que orillan la fraudulencia y el incumplimiento de deberes de funcionario público.
Los contenedores vuelven a los camiones
Los contenedores volverán a los camiones. Los pesqueros seguirán ensardinados. La comodidad egoísta de algunos empresarios de la pesca continuará migrando permisos de un buque que cuesta demasiado reparar a uno nuevo que se irá a pescar y descargar pescado lejos, migrando fuerza laboral al sur, usando los muelles sólo porque el valor de su estadía es promocional. Todo bajo la esquiva mirada inescrupulosa de una caterva de funcionarios
Mar del Plata ya no puede ser noticia por la falta de política portuaria, de desidia política, de falta de política. Cuando algo es normal, ya no es noticia.
La noticia es la caprichosa soberbia de quien declama inversiones siempre que pueda elegir al inversor. Como si este puerto pudiera darse el lujo de elegir. Como si llovieran los inversores en un contexto como el que ofrece esta terminal.
Hoy ya es un poco menos puerto de contenedores. MSC se va. Queda Maersk y probablemente el sentido común de quienes saben por qué es mejor salir por Mar del Plata que por Buenos Aires para llegar al mismo destino hará que una nueva naviera se sume, o que el operador logístico termine por chartear un barco.
Pero desde hace rato Mar del Plata es un poco menos puerto pesquero también. La pesca hace años cambió su proceso industrial y comercial: las campañas se hacen en el sur, la pesca se procesa a bordo. El pescado que bajaba fresco a filetearse baja congelado, interfoliado y en cajas de dos kilos sólo para consolidarse en el contenedor reefer de exportación.
El sepia es el color que amenaza con invadir esta terminal, si de una vez por todas no se toma la decisión política de modernizarlo y explotar el potencial que tiene, de acuerdo con los tiempos que corren, con la realidad de la industria naviera, con la de la industria pesquera, con la del cordón industrial marplatense y con el desarrollo del cual todo puerto es garantía eficiente, pero no final en sí misma. Las dársenas, espigones y muelles no definen más a un puerto.
Una decisión hay que tomar. Esa decisión, u otra. Cualquier decisión, a esta altura, que demuestre que a la política le interesa. Porque es cada vez menos puerto de contenedores, pesquero, crucerista (nunca tuvo chances), granario o recreativo.