Vivir de espaldas al río.

Esta frase es un karma para la gente que trabaja en l agua: el personal embarcado, los empresarios navieros, los industriales navales. Y es un gran gancho de marketing para los que intentan reposicionar la actividad portuaria y tentar inversiones en una nueva etapa.

Vivir de espaldas al río no es un algo reciente. No hace falta releer la historia. Quienes hoy son padres, ayudando a estudiar a sus hijos en edad escolar, podrán recordar lo que implicaba esta zona geográfica en tiempos donde la economía tenía su centro en Europa. Y que la única conexión posible, hace algunos siglos, eran navegando.

Los centros económicos cambiaron de manera intermitente. Nuestra situación geográfica no cambiará jamás. Y la única conexión seguirá siendo (siempre que haya comercio de bienes) la marítima, a menos que la industria aérea logre cargar la misma cantidad de bienes y moverlos a un costo razonable.

Vivir de espaldas al río hace que desde hace algunas décadas se haya perdido la noción de lo que significa la marina mercante o la industria naval. Más allá de defender estos sectores o apuntalarlos con leyes, con promoción, u olvidarlos por completo, vivir de espaldas al río hizo que se perdiera el conocimiento: se desandó un camino, se abandonó un pasado, se marginó lo aprendido, se subestimó lo logrado, se anestesiaron las dificultades del sector hasta que ya no quedó sensibilidad alguna.

Vivir de espaldas al río atacó de amnesia a varios, que ya no pudieron transmitir conceptos básicos.

Un gerente de una exitosa línea aérea sudamericana dijo que “la carga” era el mejor negocio que tenía (cuando en el mundo, las líneas aéreas lo marginaban). Su explicación era sencilla: “La carga no se queja como un pasajero”.

Vivir de espaldas al río, donde se mueven barcos y cargas sin voz hizo que hoy no sepamos que más del 80% de lo que vendemos y compramos sale y llega en barcos.

Nadie desconoce qué hace un piloto de avión.

Todos desconocen qué hace un piloto en un buque.

El glamour que rodea a un piloto de avión, que desfila impecable, con su corte de azafatas y comisarios de a bordo nada tiene que ver con el de un práctico. Todos ven al capitán de un avión. Y lo escuchan. “Les habla su capitán…”. Para que el práctico llegue a su “oficina” navega en una lancha hasta llegar a su “avión”. No tiene una manga alfombrada, sino una escalera de soga y peldaños de madera por la que trepa, en la mayoría de los casos.

Vivir de espaldas al río hace que hoy los pilotos (capitanes, baqueanos, prácticos) de buque tengan que explicar qué hacen, para qué sirven, por qué son “caros”.

Que bajen su tarifas de una vez. Y que quede demostrado cuánto ganará el comercio exterior en competitividad. Así se termina esto de una vez por todas y seguimos, tranquilos, viviendo de espaldas al río.