Martín Gustavo Ibarra, vicepresidente de la Asociación Mundial de Zonas Francas, tiene una explicación psicológica al estancamiento del régimen en la Argentina: “Cuando se desconoce algo, se le teme”.

La ley que regula esta herramienta es de 1994, y fue creada justo 6 meses antes del nacimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC). A tono con la “época”, su redacción promueve las exportaciones, algo que la propia OMC prohibe.

Las zonas francas argentinas –usadas hoy como meros depósitos fiscales– fueron históricamente resistidas: por las centrales empresarias, que veían en ellas una potencial competencia desleal frente a las que estaban radicadas en el territorio nacional (bloqueando así toda posibilidad de integrarlas en procesamientos con el territorio), y por la Aduana, que veía en ellas focos de potencial incentivo al contrabando y un lugar donde el control (y la recaudación) escapaba de su alcance.

Martín Gustavo Ibarra

“Hemos encontrado países donde son los propios industriales los que promueven y usan el mecanismo. En Colombia, el gremio empresario de las zonas francas es el equivalente a la Unión Industrial Argentina (UIA) y en México, la nueva autoridad de la entidad federal de zonas económicas especiales, que se acaba de crear, es un ex máximo dirigente de la industria”, desmitificó Ibarra en diálogo con Trade News, en un alto del Forum Internacional de Zonas Francas, realizado en paralelo a la 11° Conferencia Ministerial de la OMC.

-¿Cómo se convence a las centrales empresarias que ven la herramienta con recelo?

-Cuando las zonas francas quedan bien diseñadas demuestran ser centros de actividad para la industria local, le dan competitividad, no sólo para operar dentro del país, sino para poder exportar. El primer axioma es que nadie puede exportar impuestos, y hay muchos de ellos ocultos en la empresa: expensas, equipos, costos de inventarios, dificultad de trámites… Una zona ataca todos estos costos e ineficiencias. No se trata de convertir a los 2,7 millones de kilómetros cuadrados de la Argentina en una zona franca, pero si tenemos 80 kilómetros cuadrados, donde los empresarios puedan soportar entre ellos costos y procesamientos parciales, o compartir servicios de logística que mejoren su comepetitividid van a ser más “livianos” para exportar.

-El tema fiscal es sensible hoy en el país, y objeto de una reforma. ¿Cómo se concilia el hecho de que una empresa vea que una competidora suya vende en el mismo mercado pero con los beneficios fiscales de una zona franca?

-Lo que sugerimos es que si hay algún tipo de reducción fiscal, no sea general para todo el país, sino por regiones. En segundo lugar, aún las empresas externas a las zonas francas pueden usar la zona sin moverse: con sus inventarios, mediante procesos de procesamiento parcial en zona… Es decir, hay mucha interacción con la industria doméstica: muchas empresas que hacen lo mismo pueden unirse para comprar materiales, con más poder de negociación, compartir operaciones internacionales o de logística.

-¿Es cuestión de impulsar un cambio cultural?

-Lo que sucede es que el desconocimiento es el principal bloqueo para esta herramienta universal. Estados Unidos tiene 450 zonas francas, y el 73% de ellas pertenecen a los sectores de alta tecnología y servicios sofisticados; India tiene 400 y en China hay 200 súper zonas económicas especiales de cuarta generación. ¿Por qué a América Latina se le niega estar herramienta que otros países impulsan para sus pymes? Por eso el interés de la Asociación Mundial y la Asociación Latinoamericana de Zonas Francas es nivelar el hemisferio, porque tanto América del Norte como América Central han explotado este concepto.

-¿Cuál es su visión del Mercosur, a propósito de la resolución, 8, que limita el desarrollo de las zonas francas en el bloque?

-Con todo respeto, como extranjero, veo que el Mercosur es un acuerdo diseñado hace muchos años, cuando los acuerdos servían para levantar muros y aislar países y repartirse la “torta”, con instituciones como el arancel externo común (AEC) y normas excluyente como la resolución 8, que castró a las zonas francas del bloque, con excepción de Manaos en Brasil y Tierra del Fuego en la Argentina, negándoselas a Uruguay y Paraguay. Esto hace que sea muy difícil para la Argentina tener zonas competitivas frente al Mercosur mismo.
Brasil es un país muy importante en comercio mundial pero vemos con mucha preocupación que bajó a menos del 1% su participación en el comercio global, con exportaciones por US$ 150.000 millones en 2016. Pero también bajó su importancia como mercado para la Argentina, que vio como sus exportaciones a Brasil cayeron a la mitad y hoy compra menos del 20% de lo que vende la Argentina. Por otra parte, Brasil y la Argentina son más competidores que complementarios en lo que exportan, como soja y carne, y encima el principal socio comercial de ambos es China.
El tiempo es dinámico, y creo que es hora de revisar sobre todo la resolución 8. Colombia tiene acuerdo con el Mercosur, y los productos que salen de una zona franca colombiana y van al Mercosur no pierden el origen Mercosur. No hay razón para que no suceda lo mismo con las zonas francas del Mercosur.

-Muchas aduanas consideran que las zonas francas son “áreas grises”. ¿Persiste esa visión?

-Es cierto que hace 20 o 25 años ciertas zonas francas en el mundo se prestaban para ser agujeros negros, eran excepciones, que confiarmaban la regla.
Hoy es más difícil por los esfuerzos globales de transparencia, y por los sistemas informáticos que ofrecen bases de datos y track records. Uno de los principales programas de la Asociación Mundial de Zonas Francas es el de “zonas francas seguras”, que garantiza la trazabilidad perfecta de empresas y usuarios. Y de la mano de la Asociación de Operadores Económicos Autorizados estamos certificando para que nuestras zonas francas y sus usuarios sean parte de esta cadena internacional de comercio seguro.

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